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SIETE


Ven a recibir besos convertidos en poesía

Porque morderte los labios

Es suspirar en letras

O soplar los bosques del mundo

Y ver tu follaje rosado

¿Y si escribo sobre la comba de tu espalda?

O cual suspiro dejo

Dentro tuyo mi pensamiento

Invítame a ser tu presa

Desgárrame con tus dientes

Quiebra mis huesos

Con la inteligencia de tu silencio

Aplástame con tus párpados

Que tu mirada sea la nuestra

La de todos

La del pueblo

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Los charcos que dejó la lluvia.

  Caminaban por Avenida Providencia esa tarde de invierno, la ciudad parecía más lenta que de costumbre, como deshabitada respirando una humedad de nubes bajas y brisa lenta. Pasaron junto al carrito de las frutas con las naranjas y las paltas y las manzanas rojas que brillaban como besos enamorados. El viejo del carro les observó de arriba abajo, con ese ademán de quienes intentan sumarse a un grupo que parece infinito. −          Yo también te habría mirado descaradamente, eres preciosa. Le dijo Rodolfo a Andrea con el tono grave que colocaba cuando le coqueteaba. −          Lo dices porque me amas. Respondió ella, haciéndose maña para darle un beso sin dejar de caminar. Él detuvo el paso mientras tocaba con su dedo meñique el dorso de la mano de ella, sugiriéndole con el fino gesto que detuviera el andar; entonces se quedaron quietos en el medio de la ciudad y se abrazaron con el fuego de la ternura intacta. −          No será como en esa película que te gusta tanto, te lo