Numerosas y
tolerantes pláticas cruzan la república en esta era, en esta época de despertar
humano y social, donde lo instantáneo del capitalismo parece dejar un espacio a
la discusión, a menudo sobre el asfalto que representa esta ágora moderna de
las movilizaciones sociales ¿Qué otro espacio tiene la ciudadanía, el pueblo de
la pampa minera o de la Patagonia acuática, para hacerse del diálogo político?
Ese intercambio ideológico que es capaz de establecer alianzas con el sólo
propósito de capturar poder, con el único fin de encaminar a la sociedad hacia
ese ideal teórico y sentimental representado en el concepto felicidad. Este
espacio de congregación reivindicativa de mujeres y hombres haciendo valer su
derecho cívico a defender las riquezas naturales y culturales contenidas en la
cuenca de ríos sustanciales como el Baker, o de jóvenes estudiantes y no tan
jóvenes abuelos caminando alamedas y parques para exigir al gobierno lo que el
estado y el sistema político-económico ha negado por décadas, o los australísimos
magallánicos y los minerales calameños, en una muestra más de gallardía,
exigiendo que las riquezas generadas por la utilización de los recursos
naturales extraídos del territorio que ellos habitan con esfuerzo polar o árido,
mejoren la calidad de vida de sus propios trabajadores ¿Qué otro espacio han
dejado a los ciudadanos que no sean avenidas, parques o alamedas? Si quienes
por definición debían velar por los intereses de los pobladores de esta
República, han velado sistemáticamente por los intereses de una elite que se
conserva y perpetua en base a una democracia que se sustenta en constituciones
elaboradas para mantener sus propios privilegios. Esta figura, positiva para la
elite santiaguina (y de seguro también para sus disminuidas versiones
extracapitalinas) ha concentrado el capital económico, financiero, político y
cultural; empobreciendo las regiones y toda periferia sustancialmente obrera
¿No debían ser nuestros representantes la vanguardia de las reivindicaciones
sociales? Los primeros en alzar la voz para encaminar este novel país hacia la
inclusión, la justicia y el reconocimiento, después de todo para eso hemos ido
votando por ellos.
La actual
constitución de la República, redactada y promulgada por primera vez en una
época en la que estaban suprimidos los poderes del estado, y validada por
última vez en la época de la cautelosa transición a la democracia; asegura concretos
y robustos privilegios para esa porción de la ciudadanía que tal como expresa
un buen amigo “pasa a mejor vida cuando nace, a diferencia de los otros (léase
los pobres) que pasan a mejor vida al morir”; y en anteposición niega al estado
la posibilidad de desarrollar integralmente las comunidades y poblaciones que
le componen. Muchas de las aspiraciones sociales, gritadas en tantísimas mareas
de gente navegando el asfalto o el cemento de pueblos o ciudades, no pueden
encontrar más solución que el agua del guanaco enviado por ministros de este
gobierno o del otro, después de todo la constitución inteligentemente elaborada
por ese reducido e ilegítimo grupo redactor en la década de los ochenta deja al
estado minimizado en sus funciones vitales: Le entrega un rol subsidiario,
permitiéndole actuar sólo allí donde no existe iniciativa privada, le impide
levantar empresas productivas (forestales, faenadoras p.ej.), o construir
empresas dedicadas al mercado financiero o al sistema de fondo de pensiones o
al transporte. Parecieran sentencias anacrónicas, perdidas en alguna página de
roneo de la biblioteca comunal, sin embargo, muchas de las grandes empresas de
hoy, fueron fundadas por el estado de Chile, al igual que una de las empresas
salmoneras más grandes del mundo, que opera en Chile y es hasta el día de hoy
propiedad del Estado Noruego. Nuestra constitución redujo con precisión
caligráfica la energía sustancial de los movimientos sociales de base
trabajadora, esto mediante la absurda imposibilidad impuesta a los dirigentes
sindicales de optar a posiciones políticas de representación popular. La carta
fundamental de la República de Chile no asegura la planificación participativa,
entrega poder organizativo y político a representantes elegidos mediante un
sistema profundamente antidemocrático como el binominal, para que se elaboren
leyes alejadas de los intereses sociales y populares.
Es esta misma
constitución política del estado, la que ha privado a los territorios extra
santiaguinos, del desarrollo funcional y político, evitando que los habitantes
tengan el más mínimo poder decisional. Sólo en los gobiernos subnacionales
representados por los municipios las personas tienen la capacidad de hacer uso
efectivo de la elección democrática del voto, los intendentes son designados y
la planificación territorial no es vinculante con la distribución de recursos
ni con la intervención antrópica. Pueden de esta manera, en nombre del
“desarrollo” construirse megamuros, megacalderas o megaplantaciones, para
generar riquezas que en la mayoría de los casos viajan miles de kilómetros para
concentrarse en grupos familiares donde ya las riquezas estaban concentradas
desde hace algunas décadas –en el caso de los nuevos ricos nacidos en la ola
privatizadora de los 80- o centurias –para la casta aristocrática no empobrecida-
Es la
constitución vigente, la que mediante sus amarras permanentes evita la anhelada
descentralización efectiva. No puede considerarse descentralizado el territorio
que no cuenta con herramientas políticas, culturales y productivas. La descentralización
es un imperativo, la República debe reestructurarse en su base constitutiva,
para que los territorios extremos comiencen a caminar los caminos del
desarrollo autodeterminado. Entregando capacidades de planificación vinculante
que permita establecer modelos de producción efectivamente sustentable y de
captación y generación de recursos ¿Por qué nuestro gobierno regional debe
cerrarse a la posibilidad de implementar una planta de proceso pesquero que
compre la producción de los pescadores artesanales? Luego podría vender ese
alimento de altísima calidad alimenticia entre la población; solucionando uno
de los problemas de la pesca artesanal y mejorando la salud de la gente. Descentralizar
para que las periferias de las ciudades donde se han construido bolsones de
exclusión y pobreza escondida del ojo del turista, recobren el orgullo del
trabajo organizado que construye espacios cívicos en escala humana, donde el
ser humano es el centro de las cosas y no la propiedad privada.
Marx Buscaglia Solé
8 noviembre de 2012