Separar las aguas fue la acción
más poderosa que mi conciencia infantil hubiese podido escuchar; más aún cuando
el líquido era un mar que obedecía la orden de una mano anciana sosteniendo un
báculo nudoso. Qué poder cósmico alimentaba el cuerpo de ese barbudo para
lograr hazaña semejante, que ante el gesto de sus cejas arqueadas lograba que
el mar rojo se recogiera sobre sí mismo para permitir el paso de miles de
trabajadores explotados por el faraón. Esa sola imagen simbólica, en si misma,
llamaba a la tropa de cabros chicos sentados en gruesos pupitres de madera
pintada de color verde a pensar en la necesidad de separar para obtener ¡Era
entonces una sentencia dialéctica! O eso me enseñaron buenos amigos marxistas y
masones una buena cantidad de años después.
La Tesis se comenzaba a convertir
entonces en la forma natural que ese grupo de muchachos y muchachas utilizaba a
su antojo para comprender la pútrida sociedad de fines de los ochenta. Nuestra
tesis era simple, pero valiente, la dictadura militar y económica debía ser
reemplazada por una dictadura proletaria; por esa masa de trabajadores
humillados y cansados, mediante acciones rebeldes (mucho más rebeldes que
revolucionarias) y organizadas, con muchas más piedras que balas y letras en
vez de bombas ese grupo de actores secundarios apostábamos con nuestra limpia
juventud contra la sucia conciencia de quienes se apoltronaban en sus
comodidades.
Los años pasan irremediablemente,
aunque la idea humana se empeñe en lo contrario, de esa manera algunos fuimos a
la universidad, otro se hizo ascensorista, una fue bailarina, otras dos fueron
madres (de profesión) y otro par caminó hasta tierras lejanas para colaborar
con la construcción del socialismo. La Antítesis se vino a colar dentro de
nuestros huesos, alojándose hondo dentro de las concepciones de esa sociedad
nuestra de cada día, que reaccionaba frente al capítulo mejor logrado de
Sartre. Allí estábamos, los mismos que unos años antes hacían de correo o de
chispas, también los que funcionaban de loro y los de la PRP, los de los Grupos
Operativos y los de Rodríguez, los del Sebastián Acevedo y los de la Vicaría, allí
estábamos contemplando consternados el traspaso del cobre pampino a los
capitales financieros, el regalo de las compañías estatales a las trasnacionales;
la anulación de la conciencia estaba en marcha, la farandulización de la
rebeldía había comenzado.
Entre tanto, Ernesto Solé cerró
sus ojos verdes para siempre, antes los cerraba de vez en cuando para soñar o
para pensar en esa República por la que soportó electricidad pasando por sus
testículos, pero esta vez los cerraba para morir empobrecido, viejo y cansado
en una sala de hospital mientras los administradores de sus fondos de pensiones
gozaban de las comodidades propias de los grandes señores. Ernesto fue un
hombre justo, medido, tierno; jamás el resentimiento se apoderó de él, porque
estaba apoderado por el sentimiento.
Entonces llegó la edad de la
Síntesis, y si los primeros pasos fueron la resistencia y los segundos la
anarquía, ahora comenzaba a sentir la pupila el brillo de la soberanía. Fue
este el momento cuando recordé a Moisés y su figura delgada abriendo el mar.
Fue entonces que el símbolo funcionó con pureza dialéctica: Separar para que la
libertad sea con los populares, o también Separar para que Dios sea con
nosotros.
Así lo entendió la humanidad
cuando luchó por la separación del estado y la monarquía, luego nuestros
conciudadanos cuando bregaron por la separación de la iglesia y el estado,
fundaron así la sociedad laica y potentes avances llegaron a esta humanidad
amerindia y mestizoamericana. Una
sociedad que desde Recabarren y Rocuant trabajaba por el esclarecimiento moral,
en búsqueda permanente de la desconcentración y la dignidad humana. No sé
cuantos se murieron así como falleció mi compañero Ernesto, el abuelo; tampoco
alcanzo a sumar el horror de miles de mujeres y niños que hechos hoy ancianas y
hombres siguen con la tortura dentro del pecho, pero si sabemos que estamos en
deuda, que persiste un amor herido, una mueca contrahecha.
Hoy, que permanecemos
encarcelados por los capitales financieros, por esos capitales que se
fortalecieron con el botín obtenido de las tierras de América Latina, con ese
tesoro mineral, pesquero y forestal regalado por las transiciones democráticas; hemos
comenzado a despertar del letargo social al que parecíamos condenados. Sin
embargo, no será posible recuperar la felicidad que se nos arroja con el honor
republicano si no somos capaces hoy, igual que hace décadas hicieron los que
intentaron la separación de la iglesia del estado, de separar al estado de los
capitales financieros.