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Los charcos que dejó la lluvia.

  Caminaban por Avenida Providencia esa tarde de invierno, la ciudad parecía más lenta que de costumbre, como deshabitada respirando una humedad de nubes bajas y brisa lenta. Pasaron junto al carrito de las frutas con las naranjas y las paltas y las manzanas rojas que brillaban como besos enamorados. El viejo del carro les observó de arriba abajo, con ese ademán de quienes intentan sumarse a un grupo que parece infinito. −          Yo también te habría mirado descaradamente, eres preciosa. Le dijo Rodolfo a Andrea con el tono grave que colocaba cuando le coqueteaba. −          Lo dices porque me amas. Respondió ella, haciéndose maña para darle un beso sin dejar de caminar. Él detuvo el paso mientras tocaba con su dedo meñique el dorso de la mano de ella, sugiriéndole con el fino gesto que detuviera el andar; entonces se quedaron quietos en el medio de la ciudad y se abrazaron con el fuego de la ternura intacta. −          No será como en esa película que te gusta tanto, te lo
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SIETE

Ven a recibir besos convertidos en poesía Porque morderte los labios Es suspirar en letras O soplar los bosques del mundo Y ver tu follaje rosado ¿Y si escribo sobre la comba de tu espalda? O cual suspiro dejo Dentro tuyo mi pensamiento Invítame a ser tu presa Desgárrame con tus dientes Quiebra mis huesos Con la inteligencia de tu silencio Aplástame con tus párpados Que tu mirada sea la nuestra La de todos La del pueblo
 GARÚA No puedes llorar no debes.  Así sea puñal y alcanfor, ensuciando la pura nieve.  No quieres llorar, no puedes.  Bondad en lazo tierno, en la trenza de tu pelo. Los cristales de la mañana sobre el nido  y la espina de sal y brillo sobre la arena.  No puedes llorar no debes,  aunque duela el mundo entero, el torpe miedo carcelero  cortando nuestra piel, con ese filo de ausencia muerte. Gota y briza, pestaña y cielo nace allí tu lágrima de río.  A otro suelo en otro océano,  en otros dedos con jardines y mágicos coloridos huertos. Que la brizna de tus ojos,  libre al fin entonces nazca,  en la semilla hoy triste cautiva.
  CINCO ¿Cuan apretado? yo podría apretarte hasta que mi aire   vuele con el tuyo una nube sola en tránsito por el mundo podría estrujarte hasta que mis huesos sean tu leviatán nadando la Vía Láctea o hasta que tus ojos moros tracen las figuras de mis sesos   Otro hombre quizá uno que habitara este mismo cuero con las mismas manos y el mismo pelo Otro dentro de mi uno que bailara con tus pasos gráciles que creyera en esa magia del universo otro hombre dentro del mismo cuerpo con otras poesías dentro de los sesos. Uno de madera húmeda y humo en el cielo de cucao y brincos sobre los cerros. En otras mares y distinto viento una lancha de papel surque oleajes de satín y suave género. Otro ahora dentro del hombre nuevo con distintos versos y amores viejos. Atrás ahora en otras lejanas costas lo indeciso y el desamor del miedo. Albatros y olas de algodón sobre rocas nuestras manos sobre el timón y la quilla surcando océanos de sueños.

CANCIÓN A LA BELLA VISTA SOBRE EL RISCO AQUEL

Así nada más así Como la sacada de chucha del Palomo, cuando volaron las ruedas Rápido no más así la flecha la garra la aleta su boca marinera Su boca ¿Qué si dolió? Nada de eso, mire usted que a esta altura                                                                               Ya nada duele                                                                               Sólo se endurece uno                                                                               Como los troncos                                                                               Como el oleaje grueso Entonces escuchamos el zumbido                                Zzzzaaaasssssssssss                                Y ya había pasado, dejando burbujitas blancas en vez de camino Entonces sentimos el vértigo                                Ohhh, los árboles pusieron sus rodillas en el suelo                                Y los leviatanes salieron a cantar sus versos. Luego el b

HOMBRE AL AGUA

El trago de agua salada raspó desde los labios hasta la boca del estómago. Sentí como el peso de mis zapatos me jalaba hacia abajo, hacia ese fondo allá tan, tan lejos. La noche, sin luna sólo me permitió ver las luces de la nave, y escuchar el seco ronquido de su motor alejándose de mí. Al principio un grito extraviado en la obscuridad. Un grito grave como rugido elástico emergiendo desde el oleaje. Era mi propio sonido animal, el grito humano que esta vez no alertaba ni emocionaba a ningún congénere. Luego el silencio. Sólo mi respiración agitada y el chapoteo de mis manos golpeando la confusa estepa de agua sonaban en esa noche de fines de verano. La mar estaba calma, muy calma, horas antes en el gobierno de la luz, habíamos estado fotografiando el reflejo de los árboles en el agua. Un espejo de mar es lo que era, ahora yo fundía cuerpo y reflejo en un punto del canal Moraleda. Respiré algunas veces con la intención de aquietar el miedo, pero la presencia abisal suje