El trago de agua salada raspó desde los labios hasta la boca del estómago. Sentí como el peso de mis zapatos me jalaba hacia abajo, hacia ese fondo allá tan, tan lejos. La noche, sin luna sólo me permitió ver las luces de la nave, y escuchar el seco ronquido de su motor alejándose de mí. Al principio un grito extraviado en la obscuridad. Un grito grave como rugido elástico emergiendo desde el oleaje. Era mi propio sonido animal, el grito humano que esta vez no alertaba ni emocionaba a ningún congénere. Luego el silencio. Sólo mi respiración agitada y el chapoteo de mis manos golpeando la confusa estepa de agua sonaban en esa noche de fines de verano. La mar estaba calma, muy calma, horas antes en el gobierno de la luz, habíamos estado fotografiando el reflejo de los árboles en el agua. Un espejo de mar es lo que era, ahora yo fundía cuerpo y reflejo en un punto del canal Moraleda. Respiré algunas veces con la intención de aquietar el miedo, pero la presencia abisal suje
Espacio para la libre discución de ideas, y el arte de contener el aire bajo el océano.